domingo, 4 de mayo de 2008

Un poco de historia...

Desde fines del siglo pasado Gualeguaychú, al igual que otros pueblos de la provincia, tuvo en sus corsos, la máxima expresión de alegría y diversión colectiva. En un principio, el corso se desarrollaba por las tardecitas, ya que la ciudad no contaba con una buena iluminación (la energía eléctrica recién vino en 1907).
En las primeras décadas del siglo, los corsos que se extendían por calle 25 de Mayo desde Rocamora hasta Mitre, alcanzaban un esplendor comparable al actual. El paso por dicha arteria, se hacía de ida y vuelta. Numerosos palcos instalados por las familias cubrían las veredas desde una punta a la otra del circuito, casi sin separación entre unos y otros. Sus dueños competían para tener el palco mejor engalanado e iluminado. Numerosos carruajes poblaban el circuito llevando a las niñas mas bonitas, con sus trajes de fantasía.
Era tal la cantidad de serpentina y papel picado utilizado en todo el trayecto, que a menudo los cocheros debían detener la marcha para desatascar los ejes. Los jóvenes intercambiaban con las niñas los clásicos ramitos de flores, lo cual muchas veces servía como pretexto para iniciar una relación. En las décadas siguientes, años 30 y 40, se impusieron las murgas tradicionales, que al igual que las uruguayas de hoy día, cantaban sus canciones y eran autoras de sus propias letras que contenían numerosas apreciaciones y críticas sobre temas del momento en la ciudad. Los cánticos y la gracia de los escoberos, diablos y demás figuras, otorgaban atractivo a las numerosas agrupaciones que venían al centro desde todos los barrios. Por entonces, estos conjuntos se formaban exclusivamente de la periferia de la ciudad y no contaban con presencias femeninas. En las décadas siguientes, para mediados del 70, parecía que el carnaval de Gualeguaychú nada mas tenía para ofrecer.

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